Carta a un periódico:
Últimamente, veo una
creciente vanidad por parte de los británicos hacia todos los grupos
minoritarios a ellos o con claras debilidades, ya sea militares, económicas o
políticas. Olvidan que, sobre esta Tierra, todos los humanos pertenecemos a la
misma especie, y se guían por diferencias fáciles (como el color de piel, las religiones
y las diferentes culturas), en absoluto importantes, para poder aprovecharse de
los demás. Por que no hay nada que empodere más al hombre blanco y su gran
colectivo, que pisotear y discriminar a los que no entran en sus
estándares o lo que estos consideren similar a ellos mismos (muchas veces,
acabando por variar por puro interés, lo que una vez pudo ser un amigo, lo
dejará de ser si puede darme un beneficio capitalista).
Lo que quiero decir con todo esto, es que el hombre blanco
se ha corrompido, ha pasado de ser un humano más, a asemejarse a un monstruo
contemporáneo. Un monstruo que solo da miedo a algunos grupos débiles. Además,
el hombre blanco es hipócrita, pues no dudará es dejar atrás todo lo que un día
parecía realmente importante por un beneficio perecedero ya sea político o
económico.
Y sé todas estas realidades, gracias a los grupos que nos forzamos en apartar de nuestras sociedades monótonas. Esas colonias en diferentes partes del mundo que nos hemos esforzado por pisotear y utilizar como esclavos en Egipto. Me centraré en los indígenas de África, porque es la situación que yo vivo y he vivido activamente buena parte de mi vida.
Veamos objetivamente
lo que hemos hecho los británicos (aplicable a españoles, alemanes,
portugueses, italianos, franceses colonizadores…), hemos venido a este continente
pacífico (África). Hemos arrasado con sus pequeños pueblos y peculiares
organizaciones políticas, y los hemos llamado animales. Cuando los que actuamos
salvajemente somos nosotros. Les hemos llamado ‘’colonia’’ para suavizar
la acción. No se queda ahí, les hemos convencido, o no, de que son inferiores y
deben servirnos y sin dejarles pensar por si mismos les hemos puesto a hacer
esto mismo. El lugar en donde yo he vivido y visto atrocidades que exudan un racismo
irracional es en Kenia. Pero esto pasa en prácticamente toda África.
Estos poblados ahora, irán perdiendo poco a poco sus preciosas culturas, nacerán niños siendo esclavos acostumbrados a estar rodeados de armas, simplemente para que nuestros niños en Europa no tengan que vivir eso, habrá mujeres con menos derechos que los que tenían antes siquiera, no habrá sufragismo para ellos. No habrá palabras que les den coraje por parte de políticos. Serán un buey más trabajando la tierra en este sistema capitalista.
En vez de contratar obreros honradamente, hemos montado
grandes plantaciones, como, por ejemplo, la de café, en las que
usamos y explotamos a estas inocentes personas como ganado. No será esto
suficiente, sino que no les guardamos un mínimo de respeto. ¿Por qué? No
consigo entenderlo. Nos aportan todo un sector primario, o, mejor dicho, les
obligamos a que nos aporten todo un sector primario para nuestros países
privilegiados, y ni siquiera pensamos como cuidar de ellos o mantenerlos un
mínimo de ‘’felices’’, si es que lo pueden estar ya. Muchos de ellos son analfabetos,
no nos preocupa; muchos de ellos están enfermos y necesitan medicina, no
nos preocupa; muchos de ellos tienen complicaciones de cualquier tipo ¡y nos da
igual!
No solo nos hemos apropiado gratuitamente de todo un continente, sino que hemos traído nuestros problemas europeos aquí también. Hemos llenado esto de guerras, usando a los indígenas como peones. Los arrebatamos de sus familias, los ponemos en nuestras tropas auxiliares, los mandamos a guerras contra otras metrópolis, como podría ser contra los alemanes en la república de Tanganika, con armas que nunca han tocado, que desconocen y que les podrían dañar a ellos mismos y familiares. No solo por la obvia violencia que la guerra genera, sino por el gran número de pérdidas de seres queridos que sufrirán sus parientes, los cuales poco tenían que ver con todo este embrollo.
Espero que recapacitemos.
Karen Blixen
