domingo, 3 de noviembre de 2019

La guillotina en la revolución francesa




LA GUILLOTINA


En 1789, el médico Joseph Ignace Guillotin propuso un nuevo artefacto para que los condenados a muerte fuesen ejecutados sin sufrimiento y sin discriminación de clase.

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Joseph Ignace Guillotin
Durante el Antiguo Régimen, las autoridades trataban de conseguir la obediencia a la ley y al rey absoluto a cualquier precio, y para ello recurrían a una justicia ejemplarizante, pensada para atemorizar y escarmentar en carne ajena a la población. Un elemento fundamental de este sistema era la pena de muerte, que se aplicaba de forma habitual y además iba precedida de horribles suplicios, con el pretexto de conseguir una confesión.
Se trataba de un castigo desigual. Por un lado, los aristócratas no eran torturados o maltratados física o psíquicamente, y cuando eran condenados a muerte sufrían decapitación, un método rápido y aparentemente indoloro (si lo realizaba una mano experta). En cambio, los hombres y las mujeres del pueblo eran ejecutados mediante métodos brutales, como la horca, el descuartizamiento o la hoguera. Estas ejecuciones solían ir precedidas por las torturas que el juez estimase necesarias y que se llevaban a cabo en público, desde la flagelación y el tormento de la rueda hasta la ruptura de todos los huesos largos del cuerpo o el atenaceamiento, arrancar trozos de carne de diversas partes del cuerpo con unas tenazas.

Durante el siglo XVIII, con el triunfo de la Ilustración, muchos juristas y hombres de letras denunciaron el recurso a la tortura, las penas desproporcionadas y los privilegios de la aristocracia; algunos llegaron a pedir la abolición de la pena de muerte. Se puede destacar en este sentido el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (1763) y De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria (1764). Todos ellos inspiraron la obra de la Revolución francesa de 1789. Una de las primeras tareas que emprendió la Asamblea Nacional Constituyente fue la elaboración de un código penal acorde con los principios del derecho natural, y fue en ese contexto en el que se planteó el debate sobre la pena de muerte.
El 10 octubre de 1789, un médico de 50 años llamado Joseph Ignace Guillotin presentó una propuesta para establecer la igualdad ante la ley también en los asuntos de derecho penal: «Los delitos del mismo género se castigarán con el mismo género de pena, sean cuales sean el rango o condición del culpable», afirmaba. Este principio, que ahora parece natural, era revolucionario en Francia y tardó años en ser aprobado en el resto de países.

Guillotin no ponía en cuestión la pena capital. Su propuesta consistía en igualar las penas y a la vez humanizar su aplicación. Para ello, propuso extender el método de la decapitación, hasta entonces privilegio de la aristocracia, a todas las clases sociales. Al mismo tiempo, a fin de evitar los inconvenientes y errores que a menudo cometían los verdugos en el uso del hacha o de la espada, proponía emplear un aparato «cuyo mecanismo cortaría la cabeza en un abrir y cerrar de ojos». La referencia de Guillotin a este «mecanismo» de decapitación dio enseguida mucho que hablar, pero es errónea la creencia común de que él fue el inventor de lo que conocemos como guillotina. Desde al menos el siglo XVI se utilizaban artilugios parecidos en diversos países de Europa, si bien no parece que fueran muy habituales, y en todo caso estaban reservados a los reos de clase alta. Guillotin pensaba seguramente en la posibilidad de perfeccionar uno de ellos, tarea que finalmente recaería en otro personaje.
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Guillotina

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