jueves, 13 de febrero de 2020

Tratado de Paz

A finales de 1918, los super­vivientes del ejército alemán regresaban a sus hogares tras la Primera Guerra Mundial. Desfilaban por las calles de sus ciudades derrumbados tras el paso por el campo de batalla, hambrientos, andrajosos, renqueantes. Y, como le ocurría al resto de la población, su estado de ánimo era deplorable.

Qué diferente esta imagen de la del ejército reluciente y temible que había partido orgulloso al frente en 1914, seguro de convertirse en el dominador del corazón de Europa, en el valedor de la supremacía del pangermanismo.

A principios de siglo XX, Alemania había llegado a ser una gran potencia industrial. Su economía había recibido el impulso de los medios de transporte y de las industrias química, eléctrica y armamentística. Ahora, tras muy pocos años, el país había pasado de ser el estado más fuerte de Europa a vivir una derrota deshonrosa.

Alemania había previsto un enfrentamiento corto, una guerra relativamente fácil de ganar. Sin embargo, el frente bélico occidental se convirtió en una lucha de trincheras, y el conflicto empezó a ser interminable. En 1916 las bajas alemanas ya se contaban por cientos de miles.

La prolongación del conflicto conllevó un desgaste muy serio para el Imperio y abonó el terreno para que tanto las voces contra la guerra como el germen de la vecina Revolución bolchevique (que estallaría en noviembre) se hicieran sentir en las factorías y entre los soldados de la retaguardia. La dureza del conflicto bélico había dejado exhausto al pueblo, que deseaba su fin. En las calles, la revolución alemana empezó a gestarse antes de que se iniciaran las negociaciones para el armisticio. En julio, una comisión parlamentaria presionó al gobierno para que firmara una paz aséptica, que no incluyese pérdidas territoriales ni reparaciones de guerra.

El 29 de septiembre de 1918, el general Ludendorff abogaba por el armisticio y pedía un nuevo gobierno imperial, formado sobre la base de una mayoría parlamentaria. Un gabinete así tendría la credibilidad suficiente ante los aliados para negociar una paz satisfactoria. Este gobierno se formó el 3 de octubre. El nuevo régimen, al que tuvo que avenirse el káiser Guillermo II, había nacido políticamente débil. Antes de aceptar la derrota, el Segundo Reich había jugado a toda prisa la carta de la transformación de sus instituciones políticas y militares para poder negociar la paz y eludir el protagonismo en la derrota.

Con el abandono del autoritarismo imperial, Alemania intentaba paliar el castigo a su osadía expansiva, a la vez que cedía por necesidad a las largas reivindicaciones obreras y democráticas en casa.
Por todo el país se estaba desarrollando un gran conflicto interno a nivel social con clara inspiración en los vecinos bolcheviques. El canciller hizo pública la abdicación del káiser Guillermo II, y Friedrich Ebert fue nombrado nuevo canciller. El Segundo Reich había acabado. Nacía la República de Weimar (conocida con tal nombre porque en esta ciudad turingia, lejos de los disturbios berlineses, se redactaría la Constitución).

Ebert constituyó un gobierno provisional, y el Ejército y los sectores conservadores dieron respaldo táctico al nuevo ejecutivo. Apoyando a los socialdemócratas, esperaban contener el despliegue de la revolución social en la que estaban sumidos. Pero fueron los propios revolucionarios los que pusieron fin a su revolución: en diciembre, el Congreso Panalemán de Consejos de Obreros y Soldados decidió su autodisolución. Decidieron apoyar la convocatoria de elecciones y moderaban su movimiento revolucionario diciendo adiós a una posible dictadura del proletariado. No toda la izquierda estuvo de acuerdo. La Liga Espartaquista, de inspiración marxista, se opuso a la línea blanda y se sublevó; fueron sofocados por el gobierno con la ayuda de organizaciones paramilitares antirrepublicanas, que asesinaban a los revolucionarios por cientos.

Los izquierdistas consideraron que la República de Weimar se había convertido en la forma política del pacto entre la socialdemocracia y las antiguas clases dominantes (burguesía y ejército) para evitar que los trabajadores llevaran adelante sus propósitos de cambio radical. Con lo que vino a continuación, creyeron confirmados sus recelos: pese a ganar las elecciones, el SPD necesitó aliarse con fuerzas situadas a su derecha para gobernar.

La tarea del nuevo régimen se vio enormemente trabada: llegaban tiempos de exigua soberanía para el país. El 28 de junio de 1919, medio año después del armisticio, se firmó el Tratado de Versalles entre Alemania y los aliados. Fue un golpe más difícil de encajar de lo esperado, pues la delegación del país, los periódicos y el pueblo entendieron el tratado como un acto de imposición, y no como una negociación.

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Foto del original Tratado de Versalles
Les obligaron a asumir toda la responsabilidad como iniciadores de las hostilidadesrenunciar a sus colonias y acceder a la entrega de territorios a diferentes países vecinos, se suprimieron la aviación, la artillería pesada y los submarinos, entre otras cosas

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